AUTORA: ISABEL GONZÁLEZ GONZÁLEZ
Un cirio más…
…Sí, uno más, uno más.
El altar de los muertos (Henry James)
Esa noche el hombre comprendió que era algo inevitable. Miró al hijo amado, a
la mujer de senos tiernos y marchitos y pensó que todo era demasiado absurdo,
absurdo en su inevitabilidad. Entonces se alejó apenas a un metro de la casa.
Encendió un cigarro con prudencia. Después regresó a su hogar y besó al hijo
antes de dormir. Al día siguiente se sentó a unos metros, media cuadra quizás,
sobre el viejo tronco que la última tormenta derribó. Se parece a mí este árbol,
se dijo, mientras inspiraba, expiraba, lentamente, como para quitarle
importancia a los asuntos. Al día siguiente su esposa, al despertar, lo
sorprendió distraído, como ausente, a dos manzanas de la casa y lloró en
silencio. Así fue alejándose de modo ineludible, a la semana hallábase a un
kilómetro de la casa, a la siguiente, a la salida de la ciudad, cada día más
distante e inaccesible; hasta que sólo fue un punto, un diminuto y tristísimo
punto contra el horizonte, que las primeras lluvias de la primavera hicieron
desaparecer.
LA ESPERA
AUTOR: FRANCISCO CORRALES FERNÁNDEZ
Al oír las palabras de Aurora, el viejo Amador llora como nunca antes lo
había hecho.
Aurora y Amador se enamoraron mucho tiempo atrás, a los doce
años. Entre besos y promesas dibujaron la casa de sus sueños, tendremos una
cabaña, sí, en el bosque, ¿vale, Amador?, y una ventana con postigos y en el
jardín plantaremos un membrillo, ¿vale, Amador?, y al atardecer nos arroparemos,
muy juntitos, con una manta roja, y con mariposas azules, ¿vale, Amador? Por
supuesto, Aurora.
A los catorce años ella se hartó de él y de su triste cabaña.
Pero Amador no desesperó. Desde el banco que había bajo su casa la vio reír con
su nuevo novio, la vio casarse, criar media docena de hijos, una manada de
nietos y la vio reír y enfermar de Alzheimer y, la semana pasada, enviudar. Por
eso esta tarde ha pedido permiso a sus hijos para sacarla de paseo. Y la ha
cogido de mano y se han internado por un sendero. Señor, señor, le decía sin
reconocerlo. Al llegar a la cabaña del bosque, la ha sentado frente a la ventana
con postigos. Al cabo de un rato ella le ha dicho, mira Amador, ya floreció el
membrillo. Entonces él ha desempolvado del armario la manta roja con mariposa
azules, y se ha sentado a su lado, muy juntitos los dos, y ha llorado como nunca
antes lo había hecho.
-¿Quieres que prepare ya la cena, Aurora?
¡GUERRA!
AUTOR: JORGE VAJÑENKO
Abajo, en el refugio, la niña llora.
Arriba, en medio de las ruinas, el osito de peluche también.
EL DESAGÜE DEL MUNDO
AUTOR: MIGUEL ÁNGEL GAYO SÁNCHEZ
Tabari es un niño africano de visita humanitaria en nuestro país. Yo lo acojo
en mi hogar hasta que se recupere de la operación. Luego regresará a su casa, al
habitáculo de adobe y paja que es su hogar, allá en la sequedad profunda del
África Central. Quizás por eso se entristeció cuando descubrió mi pequeña avería
doméstica, un grifo del bidé que gotea y que nunca termino por arreglar. En
realidad se puso tan triste que lo encontré en el baño llorando y agarrado al
grifo. Yo no hablo su idioma y él tampoco el mío, pero me dijo, sus ojos de
terror me lo dijeron, que si soltaba las manos y dejaba que ese hilillo de agua
se perdiera, su familia africana pasaría sed. Y es que la verdadera sabiduría,
la que surge de la necesidad, le hizo comprender lo evidente: más tarde o más
temprano, por aquel grifo se perdería toda el agua del mundo.
AUTOR: JOSÉ IGNACIO SEÑÁN CANO
Se escondió en el cuarto de la limpieza y quieto como un maniquí, contuvo la
respiración todo lo que pudo. Pasados unos segundos, rebuscó torpemente en los
bolsillos de su vieja chaqueta de punto, y por fin, semienterrado entre pañuelos
usados y caramelos sin azúcar, encontró lo que tanto anhelaba. Llevaba mucho
tiempo esperando aquel momento y su corazón, remendado de tiritas y marcapasos,
se puso a latir desaforadamente.
Comenzó a rasgar el envoltorio muy despacio, procurando no hacer ruido, como
si aquella ceremonia fuera la culminación de una hazaña inigualable. Primero el
papel de color rojo, después el plateado...
Aquellos trozos de chocolate deshaciéndose lentamente contra su paladar, le
hicieron sentir momentos indescriptibles que tenía olvidados en la memoria. A
pesar de la penumbra de aquel cuartucho, cerró los ojos intentando recrear el
sabor aún más intensamente.
Una voz del otro lado de la puerta le hizo volver a la realidad.
-Abuelo, ¿dónde se ha metido? Desde luego este hombre... Ya
se ha vuelto a escapar otra vez.
Simples pero penetrantes.
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