17. El semáforo
No es fácil encontrar un semáforo que dure lo suficiente como para mostrar unas habilidades y pasar la gorra a los conductores allí parados.
Por aquel cruce pasaron muchos desfavorecidos, casi todos vigilados por un capataz. Los tullidos dejaron sitio a los limpiacristales y estos a los revendedores de pañuelitos, a los malabaristas, acróbatas y a los titiriteros.
Jamás vi un ilusionista aprovechar el sitio y el tiempo de un semáforo. Aquel desvaneció un nudo en una cuerda, que volvió a aparecer, enlazando un pañuelo rojo que transformó en amarillo y luego en verde.
El conductor dejo una moneda que resbaló al suelo desde la mano del mago. Al agacharse, otro coche, lentamente, le paso por encima dejando tras sí un revuelo de blancas palomas.
Nadie lo vio. Yo, desde mi puesto de castañas, fui el único espectador. Aplaudí a rabiar.
Nunca supe el truco; nunca adiviné cómo lo hizo.
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