7. La Casa de Creta
Abrí una puerta. Entré con vela en mano a una habitación oscura. Un sillón y sonorosos ronquidos sombreaban la escena. Me acerque y con mi vela iluminé la cara amorfa del gran roncador: ¡era yo! Empuñé el cuchillo e hice lo que tenía que hacer.
Desperté sudado. Trémulo fui al baño y me miré al espejo: yo, Teseo, era un Minotauro. Sonreí y tranquilo regresé a la cama.
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